domingo, 21 de abril de 2013

LAS TORRES OLVIDADAS



Al pie de la Nacional 1, en la recta que sale de Orón dirección a Ameyugo, se yergue a la altura del cruce de Bujedo, una torre desafiante con sus muros rasgados.
Acostumbrados a verla nunca nos preguntamos qué historia esconde tras sus paredes y por qué está ahí, sobre un pequeño cerro en mitad de la nada.
En realidad es una torre telegráfica, su construcción se remonta a 1.845 y su vida útil fue de poco más de diez años.
Otras dos hermanas de esta edificación se pueden contemplar camino de Vitoria, un poco más alejadas de la carretera, una cerca de Armiñón, y otra sobre el túnel del Condado de Treviño. 
Tras ellas se esconde una pequeña parte de la historia de la comunicación española.
La necesidad de obtener información en la distancia ha estado ahí desde siempre y existen lejanos antecedentes de culturas que eran capaces de mandar señales a grandes distancias utilizando atalayas en las que con hogueras, y un sencillo código de señales conseguían enviar mensajes concretos.
Pero no es hasta finales del siglo XVIII cuando se consigue crear un lenguaje capaz de  transmitir informaciones mas sofisticadas.
Fue en Francia, donde después de la Revolución a finales del siglo XVIII, con su joven República enfrentada a todas las Monarquías vecinas, tenían la imperiosa necesidad de conocer  la situación de sus fronteras. Fueron capaces de crear un lenguaje que se transmitió a través de la primera línea de telégrafos ópticos, cuya construcción fue aprobada en la Asamblea Nacional en 1.793 e iba desde París a Lille y a Estrasburgo.
Ya no sólo enviaban señales,  telegrafiaban.
Los franceses consiguieron así la ventaja de la información, que fue un importante factor en la supervivencia de la  República.

Mientras en Inglaterra y Norteamérica seguían sus pasos, desarrollando sus propios sistemas, en España, a pesar de contar con algunos pioneros en la telegrafía, como Betancourt que llegó a presentar su sistema ante la Asamblea Francesa pero que no fue aceptado en detrimento del de Claudio Chappe, no fuimos capaces de desarrollar nada parecido en la primera mitad del siglo XVIII, utilizándose únicamente pequeños telégrafos portátiles para usos militares desde la Guerra de la Independencia.
En 1.836 durante la Primera Guerra Carlista, el general Santa Cruz estableció para poder tener una comunicación fluida en el Ejército del Norte dos líneas estables que se unían en Logroño y proporcionaban un enlace entre Vitoria y Pamplona. La línea Logroño- Vitoria tenía seis torres intermedias, las más importantes cubrían el trayecto Logroño- Miranda, protegiendo el curso del Ebro.


 Ejercito del Norte –Fuertes construidos por los ingenieros militares en la linea de Miranda de Ebro a Vitoria. 


No fue hasta 1.843, cuando al firmarse el Convenio de Vergara y proclamarse la mayoría de edad de Isabel II., se consiguió cierta normalidad en la convulsa historia de España y entonces se pudo acometer alguna medida para modernizar la Administración, y, entre otras, la puesta en marcha de un servicio telegráfico de ámbito nacional.
La decisión tan tardía hizo que cuando se adoptó un sistema de telégrafo óptico en nuestro país, Francia e Inglaterra ya estuvieran desarrollando un sistema eléctrico que dejaría obsoleto el nuestro prácticamente antes de acabarlo.
De hecho, el proceso se inició con un Real Decreto de marzo de 1.844 y se abandonaron las últimas torres en agosto de 1.857, como siempre, tarde y mal.
Los artífices de la puesta en marcha del servicio fueron Manuel Varela, brigadier del cuerpo de Ingenieros del Ejército, nombrado Director General de Caminos, y José María Mathé, ganador del concurso que se estableció para escoger el sistema telegráfico. En la fotografía podemos observar un sello donde aparece José María Mathé.


En una época difícil en la que la inseguridad era constante, construyeron un entramado de torres que partían de Madrid y constituían tres líneas principales con fin en Irún, Cádiz y La Junquera. Había previstas otras líneas secundarias pero, de hecho, solo se construyeron, con algunas variaciones, las tres primeras.
La primera que entró en servicio fue la Madrid-Irún, su construcción fue ordenada por Real Orden de 29 de septiembre de 1.844  y se inauguró dos años después, el 2 de octubre de 1.846, fue la última en dejar de funcionar y su uso se alternó con el telégrafo eléctrico. A esta línea que estaba formada por 52 torres pertenecen las tres que se pueden observar en los alrededores de Miranda, la nº 33 en Campajares, con sus muros destrozados, la nº 34 en Quintanilla prácticamente restaurada y la nº 35 en La  Puebla de Arganzón. Es un bonito ejercicio situarse en la primera y buscar la silueta de la siguiente, para comprobar cómo “no a más de tres leguas pero no a menos de dos se aprecian perfectamente”.

En la construcción de las torres primaba tanto su carácter de red de comunicación como su carácter defensivo, por eso sus sólidos muros han desafiado el paso del tiempo, llegando muchas de ellas hasta nuestros días.
Los hombres que las ocuparon y que vivieron en condiciones durísimas provenían casi siempre del ejército, y a pesar de que una de las directrices que se siguió a la hora de decidir su emplazamiento era que estuvieran cerca de poblaciones habitadas, en ocasiones no era posible, y el aislamiento y su difícil acceso hacían muy dura la vida del torrero, como demuestra el hecho de que en los diez años que estuvo en uso el servicio se produjeron cerca de 40 muertes por enfermedad o accidentes.

El progreso siguió y las líneas de telégrafo eléctrico se fueron extendiendo con lo que aquellos torreones imponentes dejaron de tener sentido. Sin ninguna función cayeron en el olvido y excepto unos pocos  que fueron reutilizados para otros usos, fueron deteriorándose rápidamente.
Hoy las ruinas de la mayoría de ellos nos contemplan desde los cerros, al pie de nuestras carreteras, sin que nos demos cuenta.
Testigos mudos de la evolución de las comunicaciones que ha hecho posible que hoy llevemos el mundo en el bolsillo sin darle apenas importancia.

No estaría de más que cuando divisáramos alguna de esas viejas torres, la miráramos de reojo para valorar realmente lo que ha costado llegar hasta aquí y nos diéramos cuenta del poder de que hoy disponemos al comunicarnos instantáneamente y acceder a una inagotable fuente de información.  

 
 
 
 





Para encontrar más información sobre las torres, podéis acceder al siguiente enlace:



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