lunes, 25 de marzo de 2013

FEFASA, RUINAS SOBRE RUINAS

La Carretera de Logroño, que parte de Miranda con dirección a La Rioja, es una larga recta de tres kilómetros que algunos recordamos, en imágenes de nuestra niñez, como un inmenso túnel sin fin formado por los árboles de sus márgenes, que en verano se cubrían de hojas.
Con la fuerza del progreso y en pos de la seguridad hace ya muchos años que aquellos gigantes que también contemplaron a los pelotones de ciclistas que a toque de sirena salían disparados del inmenso complejo fabril, cayeron para dejar paso a una carretera más ancha que diera la bienvenida a los que por aquí llegaban a nuestra ciudad.

Hoy, circular por esta recta es mirar de reojo al pasado. Contemplar los edificios coronados por la imponente chimenea en la que, como un insulto, destaca en lo más alto la "R", anagrama de sus últimos propietarios suecos, es notar una punzada en la herida que todos los que nos sentimos mirandeses llevamos abierta.



Dejar atrás las naves, las balsas y las antiguas escombreras de la fábrica para sin abandonar la recta pasar junto a las piedras que a la intemperie nos hablan del legado romano y celtíbero que allí se esconde, mientras los restos prácticamente abandonados se degradan día a día, es otra pieza más del sinsentido en que en esta época nos movemos.

En los días en que a las ruinas milenarias convertidas casi en escombros se están uniendo cruelmente las ruinas de los edificios en los que trabajamos muchos de nosotros, nuestros padres o abuelos y, cuando las máquinas están destrozándolos sin piedad en pos de un futuro incierto, no está de más echar la vista atrás y recordar lo que aquella fábrica maloliente significó.

El origen del proyecto se remonta a los oscuros años en los que el miedo y la miseria de la posguerra lo impregnaban todo. Años en los que nuestros amigos y aliados eran aquellos que habían apoyado al bando vencedor en la contienda civil y paseaban por Europa sus botas con paso firme.


Más de un plano de aquel proyecto se trazó en la Alemania Nazi, y más de un joven técnico mirandés fue testigo de las ciudades bombardeadas en el final del Tercer Reich.

La construcción de la fábrica, en el inmenso terreno entre el Bayas y el Zadorra necesitó varios años y constituyó un fenómeno social.

Miranda era una ciudad marcada por el ferrocarril pero eminentemente agrícola, con una única instalación fabril, la Azucarera y algunos pequeños talleres. A partir de entonces, los miles de trabajadores que acudieron a la construcción y después se quedaron a trabajar cambiaron para siempre su carácter.

FEFASA, Fábrica Española para la Fabricación de Fibras Artificiales, constituyó un modelo singular. Para la mejor integración de los trabajadores que acudieron en masa procedentes del campo se construyó un auténtico pueblo nuevo, el Poblado de Fefasa. Viviendas unifamiliares, en las que las familias disponían de un trozo de terreno donde poder seguir cultivando sus huertas y de esa manera además de no perder su arraigo, podían conseguir cierto autoabastecimiento.

Fórmula paternalista que conseguía su propósito ya que además de facilitar la integración de aquellos labradores reconvertidos en obreros, posibilitaba una mejor subsistencia a las familias, que muchas veces hubieran tenido dificultades para sobrevivir con los escasos salarios de la época.


En julio del 57, Franco se paseaba por las instalaciones orgullo del Régimen.
El NODO, con su imperial tono, se hacía eco de la empresa que con materia prima tan abundante como la paja, iba a fabricar cantidades ingentes de pasta de papel y fibra, facilitando el desarrollo y el autoabastecimiento de la patria.

La inversión fue tremenda, y el Poblado, se dotó de servicios, escuelas, iglesia, economato, piscina y campo de fútbol. En Miranda se abrió otro economato y se hicieron viviendas para los jefes y los ingenieros.
Las clases siempre estuvieron muy marcadas, y los lujos de los despachos, las instalaciones deportivas dentro del recinto exclusivas para los de una determinada categoría, o la existencia incluso de un recinto de tiro al plato, son símbolos de otra época e impensables hoy en día.

Pero a pesar de aquellas relaciones personales tan peculiares y de unas condiciones laborales realmente duras, fueron años de crecimiento, de ilusión y de desarrollo.

La fábrica fue el motor de la ciudad y permitió la salida para muchas familias y la formación de proyectos personales que de otra manera hubieran sido imposibles. Aquel poblado construido artificialmente se convirtió en un lugar lleno de vida en el que el bullicio de decenas de niños de las jóvenes familias lo impregnaba todo, las fiestas anuales que se celebraban llegaban a superar a las de la ciudad.


Siempre a los pies de la inmensa chimenea y soportando sus olores muchos padres con su esfuerzo diario pudieron ver cumplidos sus sueños y conseguir un futuro mejor para los suyos.

Con el tiempo, las condiciones de los trabajadores fueron mejorando a la vez que el número de los que trabajaban en ella disminuía progresivamente. Las mejoras técnicas no hacían necesaria la utilización de tanta mano de obra.

La rentabilidad de la empresa nunca fue demasiado elevada y bajo el paraguas del Estado y sujeta a los vaivenes del fluctuante mercado de las materias primas siguió su curso durante décadas.

Su nombre cambió y se integró en ENCE, perteneciendo al Instituto Nacional de Industria.
La fábrica de fibra se paró y en su lugar llegó la inversión extranjera que construyó en antiguos terrenos de FEFASA lo que hoy sigue siendo Montefibre.

La materia prima cambió y los montones de paja fueron sustituidos por las pilas de madera. Uno de los principales factores que se esgrimían para la instalación de este proyecto en Miranda desaparecía, ya no era la cercana paja castellana la que alimentaba sus entrañas sino la madera, cántabra, gallega, portuguesa o incluso la que llegaba en barco desde otros continentes.

El paso de los años y el cambio en la estructura política y económica del país hizo que instituciones como el INI, símbolo de otro tiempo y fórmula creada en tiempos de dictadura y autarquía económica, se fueran trasformando.

En este contexto apareció la alternativa de la privatización y en Miranda aterrizó la multinacional americana SCOTT.

Renació la esperanza, con nuevos proyectos, y la ilusión de nuevas inversiones que diversificarían la producción y asegurarían el futuro. Pero todo se diluyó como el humo y la fábrica se convirtió en una pieza de trueque al compás del mercado.

Cambió de manos y KIMBERLY CLARK fue su nuevo propietario, no por mucho tiempo y los mayores fabricantes de pañuelos de papel, Kleenex pronto se desprendieron de ella.

Un pequeño grupo sueco fue el que en una coyuntura propicia la adquirió a precio de saldo, ROTTNEROS. 

Era de suponer que poco interés, más allá del meramente económico y especulativo, podían tener personas tan ajenas y tan alejadas de nosotros, así que en el fondo el proceso que siguió era ciertamente previsible.
Hubo años de abundancia en los que los nuevos propietarios pudieron recoger el fruto de su inversión. Aquellos beneficios lejos de reinvertirse en nuestras viejas instalaciones, cruzaron las fronteras para apoyar centros menos rentables o lejanos proyectos en otros países.

La esperanza se despertó casi al final del camino cuando a pesar de no verse un apoyo claro a la fabricación de pasta, la apuesta por un nuevo proyecto en los terrenos de Miranda hizo creer en la indudable continuidad de la actividad. Cerca de seis millones de euros se “quemaron” en SILVIPACK, una nueva empresa con un novedoso producto que iba a servir de revulsivo a la producción mirandesa.

Todo se cayó, el fluctuante mercado de materias primas hizo inviable la fabricación de pasta, las pérdidas aparecieron y los suecos decidieron unilateralmente que en su estrategia empresarial la vieja fábrica de Miranda no contaba. Incluso las relucientes instalaciones de Silvipack dejaron de tener sentido para ellos, y lo que iba a ser un revulsivo se convirtió en una puntilla.

A partir de ahí comenzó la pesadilla, fueron tiempos de lucha, de esperanza primero y de desilusión después. De engaños y mentiras, de promesas falsas y de desencuentros.
De enfrentamientos, acampadas y encierros, de impotencia.

Y al final, el agotamiento, los acuerdos falsos, la solución para unos pocos y el olvido para la mayoría.
Acabada la lucha, los dramas personales, la adaptación a las nuevas vidas y a trabajos precarios, las carreras profesionales truncadas antes de tiempo, la añoranza de la seguridad perdida, la jubilación temprana y el silencio.

En cualquier caso, el fracaso y el sentimiento total de abandono e indefensión ante una empresa incapaz de mostrar un mínimo acercamiento a la realidad de personas que habían dejado la vida en sus trabajos, y que a día de hoy siguen sin haber recibido nada por su parte. Parece imposible que los derechos de los trabajadores y de los proveedores se hayan visto quebrantados hasta el punto de que cuatro años después del cierre aquellos desaparecidos inversores suecos no hayan cumplido con sus obligaciones, envolviendo el proceso en una inacabable maraña legal.

Actualmente la situación es la que es y muchas otras empresas han ido cerrando sus puertas sin que en el futuro se vislumbre la posibilidad de un cambio.
Hoy que las cizallas cortan las vigas y las máquinas derriban las paredes formando una inmensa montaña de escombros, mientras camiones repletos de chatarra y maquinaria obsoleta huyen cargados con las entrañas de la fábrica.

Hoy podemos sentir que con la caída de esas ruinas todos caemos un poco más.



3 comentarios:

  1. Muy buen blog, me encanta. Es una pena que FEFASA acabe asi, por esa mala gestion de esos Suecos. Espero que esto nos sirva de ejemplo y nunca demos mas oportunidades a los Suecos a tener propiedades en nuestro pais. Todos estamos con FEFASA

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  2. Hola Luis:
    Rebuscando en los cajones he encontrado unas películas de un tío-abuelo.En dos de ellas sale el nombre de FEFASA. En una hay una construcción creo en los terrenos de Miranda y en otra un coctel...
    ¿Puedes ponerte en contacto conmigo? guti@unizar.es
    Un saludo
    Jesus GUTIERREZ ILARDUYA

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  3. Muy buen artículo, muchas gracias. Yo he vivido mi infancia en ese barrio de Fefasa... cuántos recuerdos....
    Podrías darne alguna informacion sobre los terrenos donde se construyeron las viviendas? Eran de particulares utilizadas como zonas de cultivo?
    Muchas gracias. Re

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